Si Dios no existe, nadie es testigo de cuanto amamos o cuanto dolor sentimos.
Estamos, entonces, blindados en el secreto de nuestra felicidad y nuestro ahogo. A nadie jamas podremos explicarle un sentimiento. Con nadie, entonces, podremos compartir lo que sentimos.
Para que sentir entonces? Para que poseer la absurda rutina de la risa y el llanto?
Será esa la irónica cruz de nuestra raza.
Benditos los que pueden esconderse detrás de la razón y resguardar su cordura adormeciendo sus sentidos.
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